Peces de Luz

Peces de Luz

Con respecto a lo que soy de lo que antes era: soy distinto de cómo fui.

Hoy es un día como otros, este día me es especial: el sol me es tan radiante, aunque a decir verdad, es una candelilla apenas perceptible entre las nubes. Nunca ha pasado, pero a veces creería que va a extinguirse como la flama que nace en las velas. Las velas que yo hago son más blancas que toda la nieve que se posa sobre el lomo de la sierra. Nunca han sido tan blancas como las que hacia mi madre, eran un dechado de hermosura, en cualquier forma que las hiciera, la flama que nacía de ellas cobraba un fulgor dorado, muy brillante, brillante como…como las…como el sol que nadaba de tarde en los arroyuelos que se pierden en la garganta de la montaña. Antes solía verlo, pasaba un rato buscándole (no siempre estaba por el mismo lugar), y cuando lo encontraba flotando, me acercaba despacito, lo miraba un largo rato; siempre me dominaba el deseo; pero cuando intentaba recogerlo temblaba en cuanto le tocaba, al poco tiempo se iba.

Mamá siempre preguntaba el por qué duraba tanto tiempo fuera y que por qué no recogía agua en las mañanas, una vez lo intente pero el sol que se bañaba en esas aguas no era el mismo. Una vez; llegué al riachuelo temprano, ya sabía yo como era el tiempo cuando el sol se iba a bañar a las montañas, demasiado escarpadas para mi gusto pero a él le gustaba, me detuve a esperarlo largo rato entre la nieve, iba yo de blanco, no quería desentonar entre aquella beata melodía del tiempo.

Llegó, se apareció de no sé donde entre las aguas; brillaba en una intensa inmensidad. Yo le adoraba desde niño, en un intenso silencio parecía mirarme; a mí, uno entre la inmensidad. Me fui sintiendo anegado, imbuido de tanta luz, atracado por un letargo que no sé cuando, pero cuando desperté se había ido con la luz. Abrí los ojos en medio de una obscuridad imperiosa, vacía, la montaña escarpada; su garganta y todo lo que vi de la sierra era de pronto la boca misma que se tragaba el crepúsculo ante mis ojos dia tras dia. Me levanté de pronto, sobrecogido por el miedo. Salí buscando el sol por otros arroyos, en pequeñísimas charcas y ¡nada!; cuando la esperanza se me perdió todo fue claro, le había perdido, siempre le perdería. En aquel instante entendí todo, que las aguas que enturbiaban mis ojos eran como las charcas que serpeaban la montaña y que yo estaba en los ojos de la sierra. La tibia llovizna recorría mis ojos con la calidez que cubría los riachuelos por la tarde, de pronto, a mitad de mi reflexión vi resurgir un brillo a unos pasos ,en un arroyo apartado que hendía la nieve. Corrí despavorido hacia aquella luz; tropezando a cada paso me hundía entre el blanco manto, trepidando a cada instante y a tan solo un paso caí de bruces contra el suelo permanecí inmóvil por un lapso indefinible la sangre se me helaba en el estomago, en aquel silencio me hice cada vez más consciente de mis latidos, eran fuertes, casi ininterrumpidos. Comprendí el arrebato que me embargaba, esa incipiente sospecha que obtuve a mitad de mi carrera.

Cuando levante la cara y hundí los ojos en las aguas acredite amargamente mi duda: las doradas aletas de la flama se diluían en famélicos ases de plata y el refulgente cuerpo que flotaba en su cauce purpurino era un mórbido reflejo yacente en el fondo negro de la charca, cada vez más negro, oscuro y soñoliento. Cuando desperté fui tardo en reaccionar, en la medida en que se disipada la niebla fui abandonando mi sueño. Todo fue cobrando forma, fui viendo todo tan familiar sintiéndome a la vez tan ajeno. La leña que había cortado en la mañana crispaba en rítmicos destellos, a unos escasos pasos de mí, eso entendía por el lejano canto, estaba mi madre enfrascada en la cocina con algo cuyo aroma había sido la verdadera causa de que despertara.

Apenas se dio cuenta de que estaba despierto, vino dando zancadas y se apostó en un gesto ligero por mi izquierda, con un resuelto ademán de su mano acomodo un candelabro de blanquísimas velas en que aun flotaba un fantasma de humo; muerto por un aire liberado en la boca de mi madre cuando vio la luz del día llegar. Me hablo de cómo me había encontrado tendido entre la nieve después de haber esperado mi regreso con el agua, que exasperó al ver la noche, me dijo, y salió a buscarme, que encontró los baldes tirados al azar y mas allá mi cuerpo casi congelado. Al decir esto comenzó a llorar, y reclinando sobre mi pecho me hizo prometerle que no volvería a irme, yo asentí desinteresadamente, ya no quería volver a perder…ya no quería.

En adelante era mi madre quien buscaba agua todas las mañanas, yo en cambio casi ni salía. Ella me leía sobre la vida y me enseñaba modales varíos; a veces, me mostraba de un libro negro con líneas doradas las imágenes de una mujer con la cabeza inclinada como hacia ella al verme cuando creía que dormía; yo cerraba los ojos porque me gustaba sentir su mirada sobre mí. Luego la veía hundirse un rato en aquel libro y murmurando entre dientes algo que no escuchaba la veía hasta dormirse.Veía a la mujer en el libro con un renovado interés día tras día, no sé por qué , porque ella era de líneas más suaves y graciosas. En su frente se elevaban dos tumultos como grandes capullos de algodón y sus manos aunque no estaban siempre enlazadas como en la imagen eran más blancas y tersas, de la imagen no había escuchado sonido, ni un murmullo siquiera y toda palabra en boca de mi madre era tan bella como cualquier canto de las mañanas.

Llevaba siempre una rosa oscura ornando sus cabellos y sus ojos eran negros, oscuros como el negro fondo de una charca. Ella casi no hablaba y yo… a veces olvidaba el sonido de mi voz.

Un día entre tantos vi a mi madre tomar un color pálido; su paso suave se fue haciendo cada vez mas tosco y cansado. En su cabello fue anidando el invierno y los cantos de la mañana,ah los cantos, fui notandolos rasposos.Su piel se lleno de surcos.

Como sucedió, no lo sé, pero ocurrió que un día mientras miraba antiguas fotografías y leía viejas cartas cerro su libro negro, aquel de líneas doradas, hizo un bulto con algunas mantas blancas y medias de algodón. Tomó una hogaza de pan y una vela blanca y salió al paso por sobre el camino gris de la nieve. No se despidió, quizá porque volvería, mas después de mirarme con tristeza se fue, yo jure que no me iría, debí hacer que hiciera la misma promesa pero se fue.

Un largo tiempo paso, yo había empezado a hacerle cuenta con los soles brillantes y los óvalos de plata. Me había sido necesario buscarme agua, y lo hacía, pero siempre de día, quebraba los cristales de algunas charcas, procuraba algunas vayas y de pronto volvía. No era difícil encontrar la casa por lejos que fuera en busca de alimento. Entre la nieve blanca una pequeña mancha negra se hacía notar, me había acostumbrado a ver una manta blanca sobre el techo. Paso un dia como este, mientras veía el sol, tragado por las fauces de noche, sendas virutas de fuego se esparcían sobre el horizonte; apenas perceptibles entre las nubes; cuando ya no distinguía donde estaba la luz, a donde había ido, comencé a esforzarme por hallarlo, sentado en el pórtico de la casa negra un raro sopor me abrazaba, casi rendido al sueño divise una silueta azul, a cada instante se iba acercando, cobrando color, más, cada vez más, vi la imagen de mi madre y en un instante desapareció, en su lugar vi más clara la imagen de una mujer, tiritaba de frio, cabizbaja.

Salí a su encuentro y al acercarme se dejo caer en mis brazos, fuera de sí , apenas viva la sostuve con mis manos, la llevé adentro y la arroje sobre la cama cubriendo su cuerpo con sabanas y dentro de la hoguera coloque leña, pase la noche a su lado, cuidando del fuego y de ella.

Recostado de la pared, vi como un rayo de luz se arrojaba sobre ella, y me insinuaba las formas onduladas y gráciles de los arroyos, una luenga cabellera pendía sobre su cuello y dejaba ver unos labios sonrosados como el jugo de las vayas, ella dormía, estaba viva y dormía. Apenas era real, cuando la luz empezó a hacerse mas radiante los primeros saltos de su cuerpo se notaron, apenas perceptibles e insignificantes; al acercarme por su flanco derecho la luz me arrojo como una sombra sobre ella, frente a mi sus ojos se abrieron como una verdad, no podía contenerme a mí mismo y la sangre se helo muy dentro mi…el sol que nadaba en las aguas cristalinas vivía en sus ojos.

No mucho desde su llegada ya era del todo sana, largas tardes pasamos juntos; de sus manos aprendí toda una lengua, ella no hablaba por que no podía y yo…no lo necesitaba, yo apenas salía en busca de agua y comida tan pronto regresaba al hogar, una cadencia inexplicable se desprendía de su figura, un desliz adormecido se deslizaba por sus caderas, un brillo que no me era ajeno bruñía su piel y sus manos eran pequeñas alas que abrigaban mi rostro. Cuan hermoso era el elocuente silencio entre nosotros, juntos nos sentábamos, yo de espaldas a la ventana con una única intención de mirarla, ella sonreía, yo olvidaba mi ambición por la tarde, para que si toda anidaba en sus pupilas, y que pasó entonces?…qué pasó? Ocurrió que un día cualquiera desperté y asi con la inesperada sorpresa con un rayo se quiebra en el fondo de la noche me encontré solo. Ella estaba en el umbral de la puerta, media muerta, pálida como el día que la encontré, como el día que vino a mí. La luz en sus ojos se extinguía, me dijo adiós en un arrullo de silencio y se durmió. En un arrebato de ira, ya de pena, ya de dolor rompí a llorar; quería extirpar de mi pecho girones del alma, curar su herida cual sea y traerla conmigo, pero no pude…subí por la garganta escarpada de la montaña, caminando por sus arroyos iba con los míos hasta los ojos de la sierra, llegué con el cuerpo aun caliente de mi amada a un arrollo vacio y con un devoto movimiento de mis manos la hundí en las aguas, la vi descender hasta el fondo negro, flotando ingrávida con deleitable cadencia y ternura, anegada por la tarde y por un bruñido brillo su piel se fue tintando en ases de plata, yacente en el fondo negro de la charca, unida a tanta belleza durmió…